El Real Alcázar fue la residencia de la Familia Real española y sede de la Corte desde el reinado de Carlos I hasta su destrucción en 1734, siendo titular del trono Felipe V. Actualmente sobre su solar se erige el Palacio Real.
Historia
Aunque el edificio en su aspecto poco antes de su total destrucción está documentado en gran medida por descripciones, grabados, pinturas, planos y demás, el origen es más incierto. El Real Alcázar ocupaba el lugar del antiguo castillo de Madrid o alcázar de origen árabe, y extendiéndose además en su alrededor en una buena porción de terreno. Esta fortaleza anterior era fruto de la evolución, en ese mismo emplazamiento (una colina que dominaba el terreno circundante) de una atalaya de observación primero, un pequeño fortín después y demás construcciones militares árabes existentes desde la fundación de Madrid en torno a 720 y de las reformas emprendidas por los reyes castellanos para ampliarlo y adecuarlo, en especial por la familia Trastámara que hace de él su residencia habitual de modo que a finales del siglo XV es ya una de las principales fortalezas de Castilla cuyas líneas generales de diseño podemos vislumbrar echando un vistazo a su fortaleza hermana, el Alcázar de Segovia (lógicamente antes de las modificaciones llevadas a cabo en este último por Felipe II).
Lo cierto es que en algunos grabados y pinturas ya del siglo XVII pueden apreciarse, en la fachada occidental cubos semicirculares que desentonan con el diseño general del edificio por lo que es evidente que esa fachada pertenecía originalmente al castillo medieval preexistente y se incorporó al alcázar al utilizar la fortaleza inicial como base del nuevo edificio.
La primera obra de importancia la emprende Carlos I al llegar a Castilla y ver que la futura capital no dispone de una residencia regia a la altura de las necesidades de un estado moderno, o siquiera a lo que él estaba acostumbrado. En lugar de ello, sólo hay un incómodo y anticuado castillo medieval. En vez de derruir el castillo, iniciativa que habría podido ser tachada de demasiado radical, el emperador toma la más prudente decisión de utilizarlo como base para la construcción de un palacio que heredará el nombre de la construcción existente: Real Alcázar de Madrid. Estas obras comenzaron en 1537 a cargo de los arquitectos Luis de la Vega y Alonso de Covarrubias, si bien es cierto que este palacio sufrió constantes obras y reformas de manera prácticamente ininterrumpida hasta su destrucción. El edificio resultante de este proyecto tiene inequívocos rasgos renacentistas, en la preciosa escalera principal y en los patios del Rey y de la Reina, elementos estos jalonados por innumerables y continuos arcos de medio punto sustentados por columnas que dan ligereza al edificio.
Ya en el trono Felipe II, se intensifican las reformas de los aposentos del monarca y de otras estancias menores, entre los años 1561 y 1598 encomendadas a Gaspar de la Vega. En este punto el alcázar es más parecido a un gigantesco caserón con tejados de teja que a un palacio. Tiene más bien aspecto de una venta manchega con la entrada flanqueada por dos enormes torres cuadradas de aspecto macizo. Sorprende el escaso número de ventanas y el aspecto sólido y pesado del conjunto. El Rey Prudente decide construir una torre de factura completamente nueva en la arista suroccidental del edificio, que recibirá el nombre de Torre Dorada. Es de estilo barroco y está rematada por un chapitel de pizarra de tal modo que recuerda de alguna manera a las torres de El Escorial que se estaba construyendo ya en la sierra de Guadarrama.
Al heredar Felipe III la propiedad, acomete reformas también en los aposentos de la reina, Es al subir al trono Felipe IV cuando se emprende, en 1636 y a cargo de Juan Gómez de Mora, una reforma de gran calado que dotará al alcázar del aspecto exterior que conservó hasta su final. No obstante perdurarán las obras en el interior además de que Felipe IV decidirá construir desde cero un nuevo Palacio olvidando las estrecheces y condicionamientos del viejo alcázar, edificándolo extramuros, al este de la ciudad, más allá del arroyo del Carcavón, sobre el cual hoy discurre el Paseo de la Castellana.
Se modifican todas las fachadas (a excepción de la occidental) y especialmente la meridional, dándole un aspecto barroco con una sucesión de ventanas y columnas que darían una gran luminosidad al interior. Además, la fachada sur gana en armonía y consigue cierta simetría.
Al llegar a Madrid Felipe V, es de sobra conocido su desagrado por la tosquedad y sobriedad de la capital, y en especial de la que sería su residencia. Es comprensible esta reacción teniendo en cuenta que el monarca había nacido y se había criado en Versalles. Embargado por su habitual nostalgia emprende algunas reformas más de acondicionamiento en el alcázar.
Como resultado de toda esta suerte de modificaciones, ampliaciones y reformas, a finales del siglo XVII el alcázar tenía un aspecto un tanto irregular y asimétrico se mirase por la fachada que se mirase. Era un edificio de planta rectangular, con dos grandes patios llamados del Rey y de la Reina, siendo este último algo mayor que el primero. La entrada principal se situaba en la fachada sur, y estaba rematado por chapiteles. La construcción era de ladrillo rojo y granito, lo que le daba un aspecto coloración muy característicos de la arquitectura tradicional de Madrid, en la que se emplean estos dos materiales tan abundantes en la zona (arcilla de la ribera del Manzanares y granito de las canteras de Guadarrama). No obstante, la fachada oeste, como se ha dicho, era íntegramente de piedra con cuatro cubos o torres semicirculares que denotaban un clarísimo origen medieval, si bien es cierto que se habían practicado ventanas más grandes y numerosas que lo que sería lógico en una fortaleza, y los cuatro cubos estaban también rematados por chapiteles de pizarra, reformas que suavizaban algo el aspecto militar de fortaleza en esta zona.
En la Nochebuena de 1734 el palacio estaba, como era habitual, en obras. La corte estaba en El Pardo y se declaró un pavoroso incendio que no pudo se controlado de ningún modo y que durante cuatro días se cebó con la residencia real. Los primeros en colaborar tanto en la extinción como en el rescate de tanto como se pueda son los frailes de la congregación de San Gil. Lamentablemente se hará un ímprobo esfuerzo en la recuperación de la capilla y las numerosísimas joyas y objetos religiosos que allí se custodiaban, además de dinero en efectivo y joyas de la Familia Real, dejando en un segundo plano la colección de arte, razón por la cual se perderá la mayor parte de la que se encontraba en el interior del edificio en aquellos momentos, valiosísima colección que habían reunido los Casa de Austria durante el período dorado del Imperio Español, además de algunas traídas por el nuevo Casa de Borbón de su Francia natal.
Al terminar, el alcázar es poco más que un montón de escombros y cenizas. Lo poco que queda en pie es preciso proceder a su demolición por lo deteriorado de su estado final. En su solar comenzarán de inmediato las obras de construcción del actual Palacio Real de Madrid.
El Real Alcázar, galería de pintura
En el alcázar de Madrid había una ingente cantidad de obras de arte que han quedado referencias gracias a los inventarios sucesivos realizados en los años 1600, 1636, 1666, 1686 y 1700. Además del realizado tras el incendio en 1734 y tras la muerte de Felipe V.
En el momento del incendio, en el Real Alcázar habría cerca de dos mil pinturas, entre originales y copias, de las que se perdieron más de quinientas, aunque pudieron rescatarse algo más de mil, que en los días sucesivos a aquella fatídica Nochebuena se custoriaron en edificios cercanos, como el Convento de San Gil, la Armería Real, o las casas del Arzobispo de Toledo o del Marqués de Bedmar. Afortunadamente, la razón de que se recuperase una parte tan importante de la colección de arte del alcázar fue que poco antes se había comenzado a trasladar en su mayor parte al Palacio del Buen Retiro.
Entre las obras perdidas, una de las más valiosas, no ya por su factura sino por su valor histórico, sería La expulsión de los moriscos de Diego de Silva Velázquez, que le valió en el concurso de 1627 el ganar el cargo de ujier de cámara, paso decisivo en su carrera, ya que le permitió realizar su primer viaje a Italia. De Velázquez eran también un retrato ecuestre del rey, y tres de los cuatro cuadros de la serie mitológica (Apolo, Adonis y Venus, y Psique y Cupido), de la que sólo se recuperó el Mercurio y Argos.
Otro de los grandes pintores del que se perdieron numerosas obras fue Rubens. Entre las bajas podemos citar un precioso retrato ecuestre de Felipe IV especialmente querido por el retratado, y que ocupaba un lugar de privilegio en el Salón de los Espejos, enfrentado al famoso retrato de Tiziano Carlos V en Muhlberg en el que aparecía el Emperador en la Batalla de Mühlberg. También se perdió de aquel autor El rapto de las Sabinas, o las veinte obras que ornaban la Pieza Ochavada.
Del mencionado Tiziano se perdió la serie de Los Doce Césares, presente en el Salón Grande, y dos de las cuatro Furias que había en el Salón de los Espejos. Además de los citados, se perdió una invaluable colección de autores como Tintoretto, Veronés, Ribera, El Bosco, Brueghel, Sánchez Coello, Van Dyck, El Greco, Aníbal Carracci, Leonardo da Vinci, Guido Boloñés, Rafael de Urbino, Bassano el Viejo y el Joven, o Correggio entre otros muchos.
Enlaces externos
- Un incendio que cambió la historia, artículo del diario El País, 9 de octubre de 2006.
- Historia completa del edificio e imagen del mismo
- Historia completa del edificio y reconstrucción virtual